39.
Dueño mío, se acabó
este mi amor tan constante;
goza de tu nuevo amante
que no soy tu dueña yo.
Muy incomparable soy
y los tormentos que hasta aquí
estoy sufriendo por ti,
y mi triste corazón
es mi amor sin compasión;
las puertas me las cerraste
y tan mal pago me diste
en premio de mi amistad,
que hoy viendo tu falsedad,
dueño mío, se acabó.
Solo Diós sabe que siempre
dejar vuestra compañia,
que quizás algún día
tenga alivio en mis tormentos;
en un crecido lamento
me verás en ese instante,
suspirando y vigilando
por lo que más quiero amar,
y por eso quiero olvidar
este mi amor tan constante.
Señores, habrán reparado.
Hombre, si eres entendido
bien puedes haber comprendido
lo mucho que te estimé;
hoy quedo desengañada
bajo tu pecho arrogante;
dirás que soy inconstante
porque me aparto de ti,
no hagas más cuenta de mí,
goza de tu nuevo amante.
Adiós, ingrato, y advierte
que es la última despedida;
nos separamos en vida,
nos veremos en la muerte;
ingrato, no quiero verte;
trata con la que te amaba,
no le digas que fuí yo
objeto de tus delicias,
y pon en ella tus caricias
que no soy tu dueña yo.
40.
En Lima vivía tu abuelo
y tu padre en Guayaquil,
tu madre en el Guaricó
y en la corte de Madrid.
Si me prestas atención
claro te doy a entender
que he llegado a conocer
toda tu generación.
De mulato y cuarterón
tenía tu padre el pelo,
y para mayor consuelo
te diré sin que te espante,
esclavo de un comerciante
en Lima vivía tu abuelo.
A tu hermano en Caboverde
lo ví cortando leña,
y para cierta seña
era soco de una mano;
me quiso hablar en castellano
pero yo no le entendí;
mucho se parece a ti
en ser una criatura rara;
no le quise ver la cara
a tu padre en el Guayaquil.
A tu sobrina en Guinea
esta mañana la oí
hablar en carabalí
con una negra muy fea;
su color es como brea,
estirpe de Jericó,
montada en un gran borrico
sin ninguna dilación,
iba vendiendo a pregón
tu madre en el Guaricó.
Bien te puedes alabar
de tu tío el carnicero,
primo hermano del pailero,
dote que el cielo le ha dado;
estás muy emparentada,
lo debo decir así,
que a tu madre yo la ví;
vendiendo entró en la tienda
porque no pudo entrar
a la corte de Madrid.
41.
Hojas del árbol querido
que le dan sombra al poeta,
que estando su mente inquieta
duerme el sueño del olvido.