¡Qué felíz si yo me hallara
estrechándote en mis brazos!
diría yo en este caso
en vista mi prenda amada.
De mí no sería olvidada
haberme correspondido
sería su esposo y querido,
si usted lo quiere saber
cumpliendo con mi deber
que a sus piés estoy rendido.
Quisiera estar a tu lado,
oírte, fragante flor;
le diría en baja voz
un sueño que yo he soñado
que me encontraba abarcado,
de parte a parte unidos,
que era usted lo más florido;
así lo puedo decir,
y para calmar mi sufrir
te advierto que soy cupido.
Óyeme, vidita mía,
mis palabras con anhelo,
me darás algún consuelo
para tener alegría
si eres tú la prenda mía;
ven acá, flor de verano
quiero que me des la mano
para seguir la amistad;
si eres mía en realidad
de mi amor te traigo un ramo.
92.
No temas niña a la guerra,
ni a los pesares y al duelo,
que lo que Dios ata en el cielo
nadie lo desata en la tierra.
Comprendo en que has llegado
a sentir lo que yo siento,
ese doble sentimiento
de nuestras almas ligadas;
ese fuego consagrado
que todo pesar encierra,
esa flecha con que aterra
cupido, rey del amor;
mas no temas el rigor,
no temas niña a la guerra.
En semejante ocasión
obedece con certeza
los labios a la cabeza,
los ojos al corazón;
guarda con resignación
de mi amor el puro anhelo
tranquiliza por consuelo
de la ilusión dulce calma;
no vengan a herir tu alma,
ni los pesares, ni el duelo.
Tu pobre pecho turbado
prefiere mi ángel querido
a nuestro amor convertido
un amor sacrificado;
mas yo habiéndote jurado
ser tu esposo con desvelo;
¿por qué entonces tu recelo,
tu pesar y tu sufrir?
No hay quien pueda destruir
lo que Dios ata en el cielo.
Como el ave que ya herida
cruza cantando el espacio,
entre nubes de topacio
se remonta y es perdida,
así contempla en la vida
este misterio que encierra,
esta ilusión que se aferra
entre dos seres amantes,
rayos de amor que triunfantes
nadie los desata en la tierra.
93.
Se fué mi dueño querido
y solita me ha dejado,
como palomita triste
volando de rama en rama.
Lloro mi triste inclemencia,
lloro sin tener consuelo,
porque me dejo aquel cielo
al amparo de una ausencia;
yo lloro mi residencia
aunque desgraciada ha sido,
sin tener culpa he perdido
la prenda que más amaba;
y cuando más contenta estaba
se fue mi dueño querido.
Cuando yo en tu compañia
gozaba tiernos halagos,
yo me dormía en tus brazos,
dos mil caricias me hacías;
cielito del alma mía
serafín, cielo estrellado.