eran los únicos seres
que se tenían que salvar;
el diluvio universal
comenzó inmediatamente,
lloviendo constantemente
estuvo cuarenta días,
dicho por las profesías
si la escritura no miente.
Cuarenta codos se elevó
el agua sobre los montes
que Dios a la tierra envió.
A los siete meses se vió
chocar el area divina,
parando ésta de repente
en la almena de las montañas;
soltó una paloma blanca
si la escritura no miente.[1]
Al año justo salió Noé
hacia la tierra enjutada;
antes primero que nada
arrodillarse se fué,
y mísero y reverente
al suelo inclina su frente
y le ofrece al Criador
adoración con fervor
si la escritura no miente.[2]
Había Faraón matidado
a todos los Israelitas
matasen las criaturitas
que nacieran en su estado;
cumplieron lo ordenado
con aquellos inocentes;
la madre de Moisés siente
por el pobre desvalido;
entonces lo llevan al río
si la escritura no miente.
160. La vida del campesino.
Apenas el pitirre canta,
saludando al sol hermoso
cuando el jíbaro afanoso
de su hamaca se levanta.
Toma el capote o la manta,
va a la cocina primero,
enciende entonces ligero
un tabaco que es de ley,
y a amolar baja al batey,
su buen machete de acero.
Luego que le tiene dado
el filo que corresponde
se marcha al lugar en donde
el becerro está amarrado.
Corre éste desaforado
porque la vaca le brama
y el jíbaro, en lo que él mama
pronto le apoya y ordeña,
pues ya su linda trigueña
hace rato que le llama.
Entre tanto la mujer,
atizando la candela,
a su hija en la cazuela
el agua manda poner.
Ésta sabe su deber
y lo que ha de preparar,
y cuando empieza a colar
el sabroso café prieto
descuelga un coco del seto
y la leche va a buscar.
A la cocina viniendo
la familia ya se ve,
y jícaras de café
la madre va repartiendo.
Cada cual va pues cogiendo
su melao y su casabe,
y este licor tan suave
beben al par que disputan
y el placer que allí disfrutan
nadie en la tierra lo sabe.
Una vez desayunados
los varones se preparan,
el viejo y el más chico aran;
otros van a los cercados,
De esta manera ordenados
cada cual toma su seña;
sus faenas desempeñan
y no cesan de cantar;
y antes de ir a trabajar
a su madre cortan leña.
La muchacha, muy feliz,
se va corriendo al granero
y se trae un gran sombrero
todo lleno de maíz.
Anhelante la nariz
enseña el pavo combrío,
y del bosquecillo umbrío
y las malezas vecinas
en tropel salen gallinas
a la voz del pío, pío.