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Journal of American Folk-Lore.

163.

Noche y día en mi retiro,
paso las horas llorando,
y en ti, mi bien pensando,
tan solo por ti deliro;
a la una es un suspiro
para quien sabe querer,
a las dos me ha de decir
que en mí no cabe consuelo;
entre tanto me desvelo,
estar ausente es morir.

A las cuatro, dura suerte
con los rigores de amor,
a las cinco ya es dolor,
lleva cerca la mujer;
a las seis, quisiera ver
y como no puede ser,
y más luego el padecer
dobla y redobla mis penas
para quien sabe querer.

A las siete, mi ilusión
me hace repetir enojos;
entonces lloran mis ojos
lágrimas del corazón;
a las ocho, mis pasiones
que nací para sufrir,
a las nueve, resistir
después de tanta amargura;
y si esta sangre me dura
será imposible vivir.

164.

Un jugador cayó enfermo
con una gran calentura,
y le trajeron al cura
para que lo confesara;
el cura le preguntaba
sus pecados a la vez;
los mandamientos son diez
que tiene la ley divina,
y el enfermo respondía:
— Juego a la sota o al tres.

Cuando yo estaba chiquito,
no me quisiera acordar
lo mucho que yo me impuse.
Me llevaron a bautizar,
y cogí mi barajita
y me fuí a la sacristía;
convidé al cura a jugar
y si lo llega a aceptar
juego a la sota y al tres.

Los domingos bien temprano
me monto en mi caballito
y cojo mi barajita
en el bolsillito derecho,
y me voy frente a un puesto;
allí planto una jugada
y si le llego a aceptar
juego a la sota y al tres.

165.

En el invierno polar,
pues muchos ya lo sabemos,
la nieve se vuelve hielo
y se congela todo el mar;
esto es en el Océano glacial
y así el mapa leemos;
en el Atlántico veremos
que lo mismo ha de suceder
y cómo pudieron hacer
una cabaña de hielo.

Ya no se veían en esas costas,
habitadas de animales,
ni osos, ni lobos, ni focas,
ni aún la blanca gaviota,
que remontando su vuelo
cruza por el espacio;
todo el Polo Norte entero
y cómo fué que construyeron
esa cabaña de hielo.

Dígame usted trovador
si su saber no lo engaña,
cuando el barco navegaba,
¿qué fué lo que sucedió?

166.

De piedra, bronce o diamante
ha de ser tu corazón,
y mi fina precaución
no se ha movido un instante.
¿En que mármol tan arrogante
tu dureza se asegura
que la esperanza más pura
cada día nos enseña
que hasta la más dura peña
labra el agua sin ser dura?

Hasta el duro bronce gime
cuando un buril lo penetra;
en él se estampan sus letras
y un pico agudo lo imprime;