Babtisto, que fué constante,
a Fierabrás ha engañado;
lo ha mandado Carlomagno
tan solamente a buscarte.
Dentro de un momento más,
ya Fierabrás convencido,
entonces a Oliveros dijo:
— Yo quiero la Cristiandad;
pero si no avanzas no tendrás
tiempo para que lleguemos,
porque yo tengo a reserva
diez mil turcos escondidos,
y entonces Oliveros dijo:
— Yo no me voy y te dejo.
Hizo un esfuerzo Oliveros
y en sus hombros le montó,
y en su caballo el camino
anduvo con gran recelo.
Cuando los espias le vieron
salieron sin demorarse,
y lo puso bajo un árbol
y a presencia de Carlomagno.
Lo que siento es no llevarte.
158. Historia de Carlomagno.
Oliveros al morir
sus oraciones rezaba
y Fierabrás lo mandaba
a encomendarse a Polín;
como era un Dios felíz
salvarle la vida puede.
— Así en esta batalla mueres,
tu Dios no te ha de valer.
Le dice Oliveros a él:
— Con Dios y cuanto Dios quisiere.
Se levantó aquel judío
y tomó una gruesa lanza,
fué al prado e hizo balance
para ir a un desafío;
tomó un caballo de brío
para ir a la batalla;
en las primeras lanzadas
quebró Fierabrás su acero
y en las manos de Oliveros.
— Sin Dios no quiero nada.
Estaba Galafre en la puente
y dijo que lo vió pasar,
y lo llamó a aquel lugar
donde le causó la muerte.
— Vengan paganos al frente,
que les voy a dar batalla
en esta oscura montaña
donde los moros habitan.
Y el conde Oliveros grita:
— Sin Dios no quiero nada.
El emparejó su caballo
y le puso los arneses,
y se fué a donde el pagano
y lo llamó muchas veces;
alzó la vista de repente
y le dice: — ¿Quién es usted?
Su nombre quiero saber.
¿Quién lo ha enviado a usted aquí?
Si hace desprecio de mí,
hable, que quiero saber.
Un turco que entró a la torre
que lo llaman Lula Fí,
del propio nombre Israel
le dieron terribles golpes,
y dice Floripe entonces:
— ¡Qué fuertes son las potencias
y terribles son las fuerzas
que cargan los doce pares;
y no hay pagano que les iguale,
en la ciudad de Aguas Muertas!
El almirante Balán
tenía un hijo valeroso
que lo llaman Fierabrás,
hombre de seguridad,
en su pelear muy notable,
en la guerra es espantable.
Él peleaba sin recelo
y en Francia decía Oliveros:
— Yo soy de los doce pares,
con Dios cuanto Dios quiera.
Bajo un árbol se sentó
y terribles voces ha dado:
—¡Saiga ese Carlos Magno
si tiene tanto valor!
Salga pues él a pelear,
que es de los principales,
que yo con mis fuerzas tales
a todos los he de vencer,
y vencidos se han de ver
dichosos como ayer tarde.
— ¡Oh! Roldán, ¿cómo no sales
a darle fin a mi vida?
Si no aceptas mi partida