publico que eres cobarde;
te prometo que si sales
no vas a ver a tu Dios.
Y Oliveros contestó:
— Dichoso como ayer tarda
vencidos los he de ver
con Dios y cuanto Dios quiera.
Bajo un árbol se sentó
y le dice: — Ayúdame a vestir.
Y pronto le puso allí
una camisa de cuero,
le puso un peto de acero
y una cota con primor;
debajo del árbol tomó
una lanza que allí estaba;
en sus primeras lanzadas
quebró Fierabrás su acero
y en las manos de Oliveros
es muerto el buey que pitaba.
Floripe, una dama hermosa,
que era ancha de caderas,
de cejas muy abultadas,
de nariz muy primorosa,
chica tenía la boca,
su frente desarrollada;
era una joven amada
y querida de los caballeros,
y en Francia decía Oliveros:
— Yo soy de los doce pares.
Quince reyes coronados
iban con la embajada;
les iban a dar batalla
a siete de los cristianos,
y sólo se han salvado
en catorce fué la marcha
dice el salvo en la venganza:
— Yo que mi vida he salvado,
fortuna, llévame a casa
yo soy de los doce pares.
Terribles golpes recibió
Oliveros del pagano
cuando se le fué el caballo
el cual huyendo salió,
y Guarín se lo atajó
y le dice: — Aquí lo tienes,
móntate en él si quieres.
Oliveros dijo: — Nó,
a mí me acompaña Dios
y venga lo que viniere.
Después de haber tornado el campo
aquellos dos caballeros,
en los encuentros primeros
sus lanzas hicieron pedazos.
Don Roldán clamó al cielo,
clamó por Santa María,
y en sus ruegos le pedía
que la vida le guardara,
y estas palabras escuchaba
el mismo rey de Turquía.
Floripe se enamoró
de uno de los doce pares
y para alivio de sus males
de la prisión lo sacó;
ella a sus padres negó
por seguir la ley cristiana.
Oliveros que se hallaba
en batalla con Fierabrás;
— El que vivo lo verá,
que sin Dios no quiero nada.
Oliveros estando herido
cogió el bálsamo y tomó,
y prontamente quedó
todo su cuerpo curado.
Oliveros clamó al cielo,
y clamó a Santa María;
en sus ruegos le pedía
que la vida le guardara,
y todo eso lo escuchaba
el noble rey de Turquía.
Una vez que a Roma entró
ese valiente pagano
tomó su espada en la mano
que Florinda se llamó;
al apostólico mató,
creyendo ser victorioso
aquel Dios tan poderoso
enviado de Carlo Magno;
y dice al llegar allí:
— Ayer tarde fuí dichoso.
VOL. 31. — NO. 121. — 25.